– ¿Quién eres? – le pregunta al niño.
– Soy tú – responde el pequeño desde la oscuridad – O bueno, soy algo de ti. Soy tus sueños, tus aspiraciones, lo que quisiste pero desechaste o no te atreviste a alcanzar. Soy el tú que tu fuiste y el tú al que renunciaste ser. Soy quien tú pudiste ser.
Cor lo mira entornando sus ojos para intentar volver nítido el rostro que lo observa, pero no puede, impedido por la oscuridad. Apenas hay una pequeña apertura que dejar entrar unos rayos medio muertos de atardecer. Cor solo reacciona cuando encuentra con su mirada este orificio. Solo entonces siente la inmensa e inconexa realidad que ha estado viviendo. Se pone en pie de un salto y corre hacia el pequeño orificio en la pared, se protege el rostro con los brazos y se abalanza contra la madera.
El chico se encuentra tendido en el suelo, rodeado de ramas debilitadas por la nieve, y le duele el corazón.
Se levanta y no entiende lo que ha pasado. Mira a su alrededor y no encuentra más que nieve, arces y atardecer. Camina sin rumbo, derivando como se suele hacer en los recuerdos, sin saber cómo abandonar dicho bosque.
Entonces ve una pequeña casa cerca de una carretera. Corre hacia ella sin pensarlo y al alcanzar su puerta nota que esta no tiene seguro. Sin dudarlo la abre y entra, cerrándola tras él, solo entonces se fija en el lugar que lo rodea: está encerrado en un sótano que apenas le permite ver la silueta de un niño.
– No puedes huir de acá Cor – Dice la voz del niño de antes. – Tienes que enfrentarte a ellos, a las sombras.
– Qué son las sombras? – pregunta el joven angustiado.
– Tu pasado Cor, que ha venido para comerte.
La voz del niño resuena mientras el sol se termina de ocultar por el horizonte.
Anochece.