En mis manos tengo tu amor,
corazón, piedra de sal,
que no puedo besar ni probar,
pero que vale la pena el dolor.
Roca nivea y preciosa,
que reluce pequeños cristales de mar,
rasga a mi alma al amar
y mata a la hoja en la prosa.
Fría y estática refleja,
pequeños arcoíris que acaban de nacer,
el tiempo se detiene un instante
y la inercia me estrella a tu ser.
Tu sombra se posa en mis párpados,
los cierra como a un difunto,
y entre el océano de tus cabellos naufrago,
rogando porque el destino sea profundo.
Como arena tu corazón,
se fragmenta y comienza a volar,
como tierra en el umbral,
como polvo en un cajón.
Y se va revoloteando sin rumbo,
bailando burlón mientras me aferro a la roca,
y se sigue yendo amargo,
y seca tu beso de mi boca.
Tu amor ya no está,
la sal toda se marchó,
y de tu amor
sólo una larga cicatriz permaneció,
pero sé que ya no importará,
el hecho de que tu corazón esté o no,
porque al fin y al cabo la herida, con agua de mar ya se curó.