El pájaro estuvo ahí toda la semana.
Llegamos el domingo,
el aire estaba húmedo
y el pájaro estaba ahí.
Algunos días después fui al parque.
Había agua en los juegos,
los columpios andaban solos
y el pájaro seguía ahí.
Pasó el tiempo,
la lluvia,
varios atardeceres.
Partimos temprano el último día.
También era domingo
y el sol todavía no asomaba.
Entre el frío y la llovizna salimos de la casa,
caminamos hasta el taxi,
el sueño se regaba por nuestros ojos.
Las luces de la casa se alargaron,
llegaron hasta nosotros por un momento,
e iluminaron al pájaro,
que todavía estaba ahí.
Sus plumas se mezclaban con su cerebro,
su cuerpo entero era una mancha negra con algunos pelos,
la única pata que le quedaba se había ido con el agua.
Todavía era un pájaro muerto.
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