Es así. Siempre me voy, dejo de escribir en este blog, lo paso de la lista de «hábitos por adoptar» a la de «problemas con los que lidiar». Y sin embargo, siempre vuelvo. Es así.
También así es la escritura. Hay días en que me alejo por completo de ella, me dedico a leer, vivir, enamorarme y desenamorarme fallidamente, y cuando menos me lo espero acabo por escribir demasiado, o casi nada. No hay más caminos.
No sé muy bien por qué tengo esta mala manía de escribir y luego rehuir, como si cada texto fuera una granada arrojada a tierra de nadie (quizás lo es) de la que luego hay que escapar. De pronto no es eso, de pronto solo no soy bueno acostumbrándome a la rutina. No lo sé. En cualquier caso, lo único que tengo claro es que debo empezar a escribir de nuevo acá, como si fuera una especie de terapia física, una forma de recordar cómo usar las articulaciones, los músculos, las palabras. También sé que debo dejar de temer a perder las palabras, porque ya me he dado cuenta de que siempre van y siempre vuelven. También yo lo hago, y no las juzgo: está bien irse y está bien volver.