Una telaraña ondea,
entre la ventana y la pared
como una marea sacudida,
de filigranas de papel.
El sol la atraviesa con ímpetu,
como a las nubes al atardecer
y tiembla con cada soplo
y se ha empezado a descocer.
Extiende un brazo lánguido,
se expande en cada esquina,
la atrapan los cuerpos
y las semillas muertas,
pesa.
Se deja llevar barrigona por el viento,
suelta sus extremidades,
baila como un hilo de humo.
La telaraña se rompe,
se va con el viento.
La veo alejarse,
y es cementerio de papel
a la deriva.
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