Churrero


Una mañana, durante el desayuno, Oracles decidió que quería tomar tinto. Calentó la estufa, se sirvió un calado, y vertió el líquido negro en un pocillo de barro. Apuró el tinto en tres sorbos, mientras leía el periódico, pero cuando se disponía a beber lo que quedaba en el fondo de la taza notó una extraña silueta de nata y café quemado. Al mirarla con cuidado descubrió que parecía dibujar la silueta de un perro, y él, que desde pequeño había aprendido a leer las señales que deja el café, supo que era un mal augurio. Pensó en Jeremías, su perro, y solo pudo imaginar lo peor. Asumió que la sentencia de restos de café exigía que él cuidara a su perro de algún mal tenebroso. Salió de la finca a buscarlo, lo trajo dentro de la casa y se encerró con él durante todo el día, dentro de la bañera, vigilando cada esquina del baño en busca de alimañas o peligros que pudieran hacerle daño. 
Pensaba que se podía tratar del «Churrero», una especie de lobo que algunos vecinos habían asegurado ver rondando por la vereda en los últimos días. Decían que era un lobo que era capaz de cazar desde perros y gatos de casa, hasta una vaca adulta. Es por eso que Oracles decidió tener su fusil a la mano durante su encierro con Jeremías.


Sin embargo, Oracles se quedó dormido, y entrada la noche Jeremías dio un salto y salió de la bañera, abrió como pudo la puerta del baño y se fue. No tardó mucho en despertar Oracles, que corrió fuera de la casa, llamando a los gritos a su perro, pero sin encontrar respuestas. Anduvo unos veinte minutos rondando de aquí para allá, hasta que descubrió que a lo lejos un gran animal saltaba encima de una vaca de su vecino e hincaba sus colmillos en su garganta. Oracles salió disparado hacia la res, e igual de rápido alistó su arma y disparó a la bestia mientras le gritaba «Churrero hijueputa». Remató al animal cuando este ya estaba en el suelo, y así lo encontraron los vecinos que habían venido al escuchar la bulla


«Agarré al Churrero» dijo Oracles a los demás campesinos, que celebraban su hazaña. Solo cuando una mujer le acercó una lámpara de aceite al cuerpo pudo ver Oracles que el perro que se desangraba en el suelo era Jeremías, sobre un charco de sangre oscura como un tinto en la madrugada.

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