Plegaria

Así que estás ahí, de vuelta en el ring, temblando como un caballo recién nacido. No desesperes. Respira, nota cómo te vendan las manos, cómo te ajustan los guantes, cómo te quitan la bata. No sabes si el estadio está lleno o no, pero en el cuadrilátero está claro que estás solo. Eres tú contra ti mismo, contra lo que te obstruye, lo que te aterra, lo que te frena. Pero eso también eres tú. Y comienza la danza.

Los pies ligeros, esquiva con rapidez, no te apresures. A los que se apresuran los noquean en el primer round, y nadie recuerda a los que noquean en el primer round. Golpea cuando sepas que vas a conectar, y si no lo sabes igual golpea, pero aprieta es mandíbula, por si acaso. Golpea con estilo, con elegancia, fuerte, a demoler. Recuerda que la pelea es larga, tres minutos son un mes, cada pelea dura un año, el cinturón se da en el último.

En esta pelea juegas en desventaja: tu adversario te conoce, y tú no sabes cómo lucha, cómo se mueve, cómo pega. Te va a encajar unos duros. Aprieta esa mandíbula como un hijo único aprieta la mano de la madre que fallece. Fuerza en el hígado, aguante en la mirada. Te va a encajar unos duros, pero vas a tener que aprender rápido. Léelo, apréndetelo, y dale fuerte. En esta pelea juegas en desventaja, porque solo puedes ganar por puntos, pero a ti te pueden noquear. Pero tú no dejes que te noqueen, antes que te maten, porque las vidas se pierden, pero las peleas no.

Te vas a caer. Un martillazo derecho al abdomen, la izquierda al pómulo, te recibe la lona. No pasa nada, aún queda suficiente pelea por delante. Siempre queda suficiente pelea por delante. La suficiente como para que valga levantarse. Te vas a parar, vas a concentrarte y vas a volver. A los que se caen a la lona les pegan más fuerte inmediatamente después de que se paran, por eso tiene que aguantar. Vete a las cuerdas, deja que te muelan el tronco, magúllate como el fruto de un árbol muy alto. No te dobles. Si te da el espacio, te liberas de ahí, y si no, te sacas los guantes y los vuelves piedras, y te abres camino a como de lugar, y si te pegan fuerte enséñales que tú también sabes pegar, que los guantes eran para su rostro y no para tus manos, que en el si en el ring hay uno ese eres tú.

Y no dejes de pelear, y cuando esté en las cuerdas sigue peleando, y pelea hasta que te quemen los brazos, hasta que te ardan los ojos del sudor, hasta que el lienzo que hay a sus pies esté coloreado de rojo tinto. Pega con la fuerza de dios y del diablo, agárrate de cada músculo y no desaceleres la trayectoria de tu mano, hazlo hasta que ya no sean tus brazos sino tus aullidos los que levantes los guantes y sigan. Y si te pega, baja la guardia, ¡que te dé más duro!, que si somos polvo y no seremos más que polvo y barro mal formado entonces esta nariz ya no te sirve, ni ese rostro ni esos dientes. Y muéstrale que sabes aguantar, que estás hecho de un material innombrable, que las apuestas desde un principio han estado 10:1 por ti. Muéstrale que entraste al ring para salir con un cinturón.

Pelea y gana. O pelea, y luego muere. No hay otra opción.

Amén.

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