El juicio de un poeta

Castígame borrando el día en que he nacido,

corta mis poetas manos y arrójame al vacío.

Transfórmame en ave y prende llamas al nido,

o en el mar de tu veneno abandona mi navío.

Golpéame, como la realidad asalta al crío,

y si quieres, deja cada uno de mis huesos resentido.

Arrebata mi futuro, mi presente y todo lo que he vivido

y enciérrame en aquel lugar que ni Dios ha conocido.

Abandóname en el campo, con mi cuerpo crudo y podrido,

o échame al fuego y déjame cocido;

en el banquete de mil demonios sírveme de aperitivo,

y no me saques, hasta que el plato ya esté frío.

Te suplico que si no te ha merecido

este fiel servidor que con férrea y fiera fidelidad te ha servido,

me condenes, ¡oh reina! al peor de los castigos,

pero ten misericordia y no me ejecutes con tu olvido.

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