Me gusta estar triste – Extracto de diario

Me gusta estar triste.

Alguna vez escuché una canción (o algo así) llamada Marco, de LosPetitFellas con Mario Mendoza, y en un punto él dice » Soy experto en descensos, en hacerme daño y me cuesta mucho rescatarme». Esta frase antes me resultaba reconfortante, me hacía pensar en cómo ese sentimiento es menos raro y propio de lo que creía, y descubrir que a todos nos cuesta un poco (o mucho) rescatarnos de nuestras cabezas. Sin embargo, creo que he descubierto que en mi caso (por lo menos hasta que escuche otra canción que me haga pensar que es un sentimiento compartido con la humanidad), quizás me gusta estar triste.

He tenido varias discusiones con una persona a la que quiero mucho, que me me suele decir que no oye música, ni ve películas, ni lee libros que la asusten o la entristezcan, sino que por el contrario escucha, ve y lee cosas que la hagan sentir bien. Nuestras discusiones se dan porque yo creo (y se lo digo) que en realidad el fin último de la vida de cada ser humano, y también del arte, es el ser capaz de experimentar todo lo que se pueda.

Creo que un mundo perfecto y sin tristeza, en el que todo nos haga sentir reconfortados y en general felices es uno en extremo triste: un mundo en el que nos sentimos bien siempre desvaloriza ese sentimiento, lo quema. Como no tenemos sentimientos que contrasten la alegría, no podemos apreciar lo bello de aquel sentimiento. Por eso resulta igual de nuevo y refrescante para el esquimal ir al trópico, como para el que vive en el Caribe llegar al polo, y si en vez de refrescante resulta traumático, igualmente le da valor a sus tierras de origen.

Un mundo en el que somos capaces de estudiarnos, de mirar dentro de nosotros, como con un endoscopio emocional, y no combatir esa sensación que notemos sino que solo la admiremos (como al arte), es un mundo en el que estamos más cerca de entendernos, de aceptarnos y de ser felices.

En mundo en el que no haya desamor, no vale la pena amar.