Era una noche silenciosa y fría del mes de Julio

Era una noche silenciosa y fría del mes de Julio, en la que el viento se había apoderado de la calle, y los pocos ruidos que intentaban romper esa atmósfera eran los que producían las hojas y las ramas al chocar las unas con las otras, obligadas por una triste brisa nocturna, que se paseaba por los recovecos de la ciudad. El cielo era de un color gris azulado, manchado por veloces y escurridizas nubes que vigilaban la tierra con un aire de superioridad. No había luna. Abajo, los mortales yacían durmiendo, follando, bebiendo, soñando, en fin, existiendo, mas sin embargo, oculto por maltrechas ramificaciones y endurecido por las ventiscas que trae el barquero tras de sí, se encontraba un hombre, tendido, bocaarriba, intentando divisar las nubes para poderlas observar con un aire de superioridad y de experiencia, aquella que brinda la muerte una vez pone su sello de expiración.

El hombre era uno cualquiera, y sostenía en la mano izquierda una pera medio mordida. No vestía ninguna ropa, y en su tobillo derecho había un grillete que encadenaba su pierna a un pesado reloj de arena vacío, hecho de hueso y bronce. Las hojas secas que tapizaban de forma irregular el pedregoso suelo del bosque, confuso con sus raíces y sus rocas, se sacudieron y revolotearon en un pequeño torbellino de polvo y luego se reacomodaron nuevamente.

El hombre yacía muerto en el suelo de un bosque cubierto de hojas, atado por una cadena a un reloj y con una pera mordida en la mano, pero no tenía ningún rastro de haber sido violentado, por el contrario, su rostro tenía una sonrisa extraña, y a pesar de estar muerto, suspiraba pequeñas nubecillas de amor que se perdían en el aire del amanecer.

Otra leve ventisca azotó el bosque y empujó unos centímetros las hojas. Entonces, una gota de agua cayó del cielo, zigzagueó de un lado a otro y se disputó con las filudas ramas de los abetos y los robles, para finalmente caer con delicadeza en la mejilla del hombre, y resbalar con ímpetu hasta su boca.

Entonces el hombre se levantó, y con una alegría desbordante gritó: «¡he aprendido a llorar!», al tiempo que una gran llovizna se avalancha a si piedad desde lo alto. El hombre se detuvo un momento ahí, bajo la lluvia, escuchando el repiquetear del agua contra las hojas, cuando se llevó la pera a la boca, le dio un mordisco, orinó un largo rato y se volvió a tumbar en el suelo, decidido a morir en paz.

3 comentarios en “Era una noche silenciosa y fría del mes de Julio

  1. Muy bueno!! Es como un sueño o como un cuento. Me ha gustado mucho.

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  2. Me ha parecido precioso, yo también siento así algunas veces.
    Feliz fin de semana!🌹

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