– Cor – lo llama una voz al interior de la casa.
El joven entra por una puerta trasera, que lo lleva a la cocina, y luego a un pequeño comedor oscuro, con las sobras de los sueños que no devoró. Al fondo de otro corredor nota su vieja habitación abandonada, y entrevé a un gato gris acurrucado entre las sábanas de la cama que nunca tendió.
El ambiente huele a polvo y a pasado. A despedida. A últimas palabras.
Se acerca al marco de una ventana y encuentra un cigarrillo acabado, que palidece bajo el atardecer que cuela sus dedos en la habitación.
- Cor – lo llama una voz a sus espaldas.
Sigue un corto pasillo hasta llegar a la sala de estar. Ahí hay nueve personas, sentadas en los sillones y los sofás grises y agrietados, y todas tienen sus rostros tapados con bolsas de tela negras. Hacía mucho no entraba a esa casa
El chico se encuentra tendido en el suelo, rodeado de ramas debilitadas por la nieve, y le duele el corazón.
Se levanta y no entiende lo que ha pasado. Mira a su alrededor y no encuentra más que nieve, arces y atardecer. Camina sin rumbo, derivando como se suele hacer en los recuerdos, sin saber cómo abandonar dicho bosque.
Entonces escucha una canción cuya letra conoce pero no sabe cómo aprendió. La sigue hasta llegar a una pequeña casa, cerca de una carretera.
Se le arruga el corazón.