Me convertiste en caballero,
el día que tus labios
pronunciaron mi nombre,
y con lealtad asumí el cargo.
Armado de versos
recorrí los pasillos de tu castillo,
y con caricias y memorias tu reino protegí.
Pero a tus dominios un día llegó,
hecho de fuego un dragón,
y sobrevoló amenazante,
las tierras de tu amor.
A tus aposentos de marfil me dirigí,
con una petición para el deber,
una que me impulsase a salir,
sin temor al inminente arder.
Para matar al dragón,
mi reina,
no me des una espada,
sino un beso,
porque con un arma
al monstruo le quitaré la vida,
pero con un beso,
estaré dispuesto a perder la mía.