En mi selva hay un árbol negro y de hojas grises,
carbonizado el tronco y quemadas las raíces.
Sobrevuela sus negras ramas
un pájaro negro,
Que bebe de su néctar negro
y huele, como todo,
a negro.
Se quemó imponente,
flamante,
crepitante.
Y no sé quién lo incendió,
si tú o yo mientras jugábamos al amor,
tú correteando con tu lengua ardiente,
yo persiguiéndote con el corazón en llamas.